La hija del jefe (1ª parte)

Los hechos que os voy a relatar a continuación no son más que la consumación de un proceso dilatado en el tiempo conjugado con la oportunidad. Yo soy un hombre casado de 47 años, con trabajo estable desde hace muchos años y que en mi tiempo libre me gusta cuidarme haciendo deporte.

En la empresa en la que trabajo somos bastantes empleados, pero los más veteranos somos una piña porque empezamos todos mano a mano con el jefe, el dueño. Precisamente él es el culpable de parte de esta historia. Tiene una hija, Carmen, de 23 años. Estatura media, delgadita, pelo largo castaño claro con mechas rubias, guapita de cara. Es la heredera de la empresa. De hecho, ha estudiado administración y dirección de empresas y ahora está con un máster. Sin embargo, su padre quiere que conozca los entresijos de la empresa y por ello me ha pedido que me lleve a Carmen conmigo a una de las ferias del sector más importantes. Para que vaya conociendo proveedores, clientes y el ambiente de estos sitios.

Yo la conozco desde hace muchos años y durante el viaje hasta la ciudad donde se celebra la feria fuimos hablando sin parar, anécdotas, temas de la empresa y temas personales. Fue ahí donde surgió que a ella le iban los hombres mayores que ella y que le resultaban especialmente atractivos los casados. Según ella, porque van más directos al tema y saben ser discretos. Yo le dí la razón. También le dije en broma que éramos más habilidosos en la cama. Nos reímos ambos y se hizo el silencio.

Unos largos segundos más tarde, en tono irónico pero preguntándome comentó: ¿Pero lo que ocurre en “Las Vegas” se queda en “Las Vegas”, no? -Ella no dijo Las Vegas sino la ciudad de destino.-

Yo quedé flasheado sin saber muy bien qué responder. Por mi mente pasaban multitud de conceptos. Me estaba proponiendo una aventura, era una chica joven atractiva, yo soy casado, es la hija de mi jefe y casi amigo, no iba a enterarse nadie, etc..

Me insistió en que le diera una respuesta. Abandoné la vorágine de pensamientos y respondí: “Claro, por supuesto.” Ahí quedó el tema… No comentamos más durante el resto del trayecto.

Llegamos al hotel, hicimos el check-in y subimos a la habitación. Ella se duchó primero mientras yo colocaba la maleta y repasaba el material para el día siguiente en el stand. Salió de la ducha envuelta en la toalla, descalza dejando la huella húmeda de sus pies por el suelo. Yo algo nervioso me giré para no incomodarla.

Ella me dijo: “Estás muy tenso, tienes que relajarte…” y puso sus manos sobre mis hombros como si fuera a darme un masaje. A la vez que me hablaba suave al oído: tranquilo, yo estoy lista pero si no quieres hacer nada no haremos nada. Y se alejó de mí. Me dí la vuelta y vi su delicada espalda desnuda y su culo redondeado. Involuntariamente exclamé, ¡madre mía! Ella se giró y se echó a reír. Se recostó bocarriba en la cama con las piernas flexionadas y las rodillas hacia afuera. Como inducido por los cantos de una sirena, me dirigí hacia a ella. Tenía un pubis perfectamente depilado, blanco rosado, muy suave al tacto, fresquito, y unos labios muy apetecibles.

Comencé a explorarlo con la lengua, pequeñas lamidas encadenadas. Ella se dejaba hacer, le dí algún bocado, varias lamidas largas e intenté introducir mi lengua en su cuerpo. Carmen, puso sus piernas por mis hombros y cerró las rodillas. Me dejó atrapado en su sexo. Empezó a subirme el calor y me fui desabrochando la camisa y agarrar su cuerpo con mis manos. Ella fue aumentando su respiración y resoplando. Al igual que en el coche, resultó ser muy expresiva en la cama. No dejaba de hacerme cumplidos, que si la lengua, las manos, que no parase, mentar a dios, de todo.

Después de un rato, cuando paré para coger aire, no puede evitar mirarla. Toda desnuda, con las mechas revueltas, con la cara ligeramente enrojecida, los ojos cerrados, algunas gotas de sudor y sus manos sobre sus pechos redondos y tiernos. Esa imagen de ella la tendré siempre en el recuerdo, un ángel rodeada de placer.

La agarré por las caderas y la acomodé hacía donde yo estaba. Le sujeté los tobillos y se los llevé contra su cuerpo. Las rodillas tocando con sus pechos y los tobillos más arriba de sus orejas. Ella pasó su brazos por encima para sujetar las piernas. Era un ovillo preparada para disfrutar. Yo me puse por la espalda de ella. Sujetando la parte baja de su espalda corvada con mis rodillas y muslos.

Sus labios enrojecidos apretados saliendo entre los muslos de las piernas, su zona perinea muy húmeda y con babas y flujo, su ano pequeño cerradito pero aparentemente sin tensión, eso era lo mejor. La escupí varias veces. Cada vez que mi saliva tocaba su cuerpo, su ano se contraía y se relajaba. Pasé por él mi lengua para un beso negro. Sin embargo Carmen, solo pedía por favor que no, que no hiciera eso. Pero no lo decía con tono asustada o con miedo, sino con placer.

Me chupé mis dedos índice y corazón de la mano derecha y los introduje con decisión por su agujero, hasta el fondo de su vagina. Ella sopló y bufó fuertemente para después morderse el labio inferior a la vez que sacudía su cabeza. Los saqué despacio y los volví a introducir. Fui repitiendo el gesto varias veces y cada vez con menor intervalo. Ella estaba disfrutando. Se puso mucho más colorada su cara, de bufidos pasó a gemidos, apretaba los ojos para cerrarlos y abría la boca como si gritara pero sin salir ruido. Le fuí penetrado y follando con mis dedos más y más. Me suplicaba que parase, el ruido de mis dedos por su cuerpo cada vez era más húmedo. Su vagina de vez en cuando se contraía fuertemente al igual que su ano, que se contraía y se relajaba abriéndose a partes iguales.

Seguí un tiempo más mientras me aguantaban los brazos, luego me puse a horcajadas encima suya para penetrarla con mi miembro. Ella no se sí se percató del cambio, pero no dejó de pedir más y más placer. Cuando introduje mi polla por primera vez en ella fue una sensación muy intensa. Estaba muy muy caliente, ardía. Lubricación sin problemas, y apretando por completo. La fui follando hasta que varias veces la penetraba hasta sentarme sobre ella. Cuando toda mi polla estaba dentro de ella, Carmen se retorcía y es cuando más fuerte y agitada resoplaba. Yo sentía en la punta el tope de su vagina. Esperaba hasta notar sus contracciones en mi polla, parecía que me lo iba a partir y ella decía: “me corro, me corro”. Le temblaba todo, las piernas y el cuerpo. Parecía que tuviera tiritones, pero era todo por la intensidad del placer que sentía.

Cuando sentí que llegaba la eyaculación, ante la duda y para prevenir, hice la marcha atrás. La saqué pero dejé la punta por su ano para correrme en él. Todo mi semen espeso y blanco conseguí que se quedara cubriendo su pequeño agujero. Sentí un gran placer. Nada más terminar de correrme, con un dedo la acaricié el ano con mi corrida. Con un pequeño hilo de voz, escuché a Carmen: “Ahora por el culo no, deja que descansé y luego me lo follas si quieres, por favor

¿Rebañé? El semen que escurría por sus nalgas e hice el intento de introducir el dedo en su agujero. Se le abrió sin problemas pero ella, agotada, suplicó que después. La ayude a tumbarse de lado en la cama y fui al baño a por papel para limpiarla mi corrida.

Por supuesto que en ese viaje le hicimos sexo anal, pero os lo contaré en la segunda parte. (leer aqui 2º parte)

 

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