La sillita del rey y otras posturas

Me considero una persona activa sexualmente, pero hace uno días encontré una persona que me ha roto todos los esquemas.

No es la persona más atractiva que haya conocido, ni la que mejor sexo tenga. Sin embargo, es la que más fantasía y mente sucia tiene de las muchas que me he encontrado. Os narro el encuentro que hemos tenido.

Calientes los dos como perras, apenas nos quitamos la ropa ya teníamos toda la sangre en la entrepierna. Nos agarramos mutuamente los rabos, uno el del otro y el otro el del uno. Según se lo agarré con la mano completa, sentí su rigidez en mi mano. Hasta desprendía calor. Le fuí masturbando al ritmo que me marcaba su mirada verde y tez dorada.

Él en cambio ya comenzó a sorprenderme, en lugar de agarrar y ordeñarme, se dedicó a apretarme el rabo y usar su pulgar por mi capullo. Tenía una habilidad increíble. Poco tardé en pedirle más placer. Ni nos planteamos el sexo oral. Directamente fuimos a por el lubricante y los preservativos.

Una cama ideal de dos por dos nos esperaba para disfrutarla hasta el último rincón. Apenas hubo conversación sobre cómo organizarnos, todo fue surgiendo y fluyendo natural. Él se puso sobre mi y fue sentándose lentamente. Yo fui notando su calor interior a la vez que bajaba. Él se deleitaba con un movimiento muy lento pero continuo. Volvió a poner un poco del frío lubricante y el contraste estremeció mi cuerpo. Comenzó a girar sobre sí mismo y a subir y bajar, era el helicóptero mejor hecho que había visto.

Cambiamos los papeles y la forma de disfrutar, me dijo de hacer el misionero. Levanté mis piernas y las apoyé en sus hombros. El placer anal fue penetrando en mi de forma profunda. Sentía perfectamente cada centímetro. Me sujetó las piernas abrazándomelas y con sus manos agarrando mi rabo. Una vez penetrado completo, de forma habilidosa fue coordinando sus movimientos de cadera con el de sus manos. Aquello parecía el mecanismo de una locomotora de vapor. No sabría decir que me daba más placer, si la paja o la follada.

En mitad de la vorágine, me abrazó más fuerte las piernas y se puso de pie dejándome a mi cabeza a bajo. Instintivamente busqué el apoyo del suelo con mis manos. Sin embargo, pronto mi cuerpo cambió de reacción. En aquella postura imposible me estaba taladrando el culo. Le sentía mucho más dentro que a cualquier otro. Realmente me estaba empalando y necesitaba un respiro. Eso, o que se abriera más mi culo porque realmente era insufrible. Haciendo el péndulo ya fue otro nivel inalcanzable, su rabo llegaba a lugares insospechados. No por ello menos placenteros.

El placer así duró poco. Físicamente era un gran desgaste para él. Con la respiración algo agitada, me dejó de nuevo en la cama. Yo estaba muy excitado y no me atreví a volver a darle rabo por si me corría sin control. Con él puesto a 4 patas, lo primero que se me ocurrió fue ordeñarlo a la vez que le hacía unos dedos. Era mi momento de devolverle tanto placer. Agotado, jadeaba y gemía sin descanso. Yo me estaba esforzando al máximo a la vez que él se movía constantemente.

Después de todo esto, pasamos a hacer la sillita del rey. Nunca la había hecho antes ni escuchado hablar, pero fue una postura increible. Él se giró y se puso bocarriba. Levantó las piernas al techo y se puso hecho un cuatro. Ahora era mi turno. Debía ponerme como un cowboy sobre él y “sentarme” sin dejarme caer. Todo esto a la vez que con una mano debía sujetar su rabo para metérmerlo y con la otra mano guiar a mi rabo para entrar en su culo.

Una vez encajados los dos, el placer era indescriptible. Follar y ser follado a la vez y al mismo ritmo. Todo era pura fantasía. Al estar yo de pie, era el que debía llevar el ritmo de la follada. Que después de toda la sesión, ya estaba que me iba a explotar la polla. Pero esa nueva postura era una droga, cuanto más daba, más recibía. Despacio, rápido, duro, más suave. Hasta por momentos se tocaban los huevos y eso era excitante. Nunca había disfrutado tanto como versátil, ni en tríos. Él estaba igual o más caliente que yo, lo podía notar perfectamente. Su rabo era como un tótem, duro y digno de adoración. Su culo una cueva angosta recién descubierta.

Las corridas fueron apoteósicas. Yo fui el primero y sentí como mis huevos y todo se apretaba para exprimirlos bien y sacar hasta la última gota de corrida. Me temblaron las piernas y apenas me pude mover. Solamente disfrutar. Sin olvidar que su rabo seguía en mi culo dándome placer. Fue una de las corridas más abundantes que recuerdo. Aun con el condón, sentía en cada impulso como el semen recorría mi rabo y salía con fuerza. A su vez, él con su culo apretando para que fuera más intenso. Poco después llegó su corrida, yo estaba KO, pero él encontró la forma de seguir follándome el culo hasta acabar y rellenármelo de leche también. Aun recuerdo esa sensación del látex caliente por dentro de mi culo y se me pone la piel de gallina y los pelos de punta de tanto placer.

Estoy deseando volver a quedar para ver con que nuevas posturas me sorprende.

 

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